"Quien ama a las estrellas no tiene miedo a la noche. Ellas están ahí, pero ya nunca las miramos..."

miércoles, 5 de mayo de 2010

La encontré en un tren...


Y desató mi curiosidad. No podría explicar ciertamente como era su voz, pues solo deslizó de sus labios un suave susurro: “¿Te estorba?”
Y yo la dije que no, por supuesto que no lo hacía, como iba hacerlo aquella presencia más parecida a lo que concibo como ángel que a algo terrenal.
Sus cabellos dorados, que caían como lianas que prenden de las nubes, para subir a lo alto…
Sus ojos no de yeso, su mirada no de mármol… Animosa, linda, alegre, enrevesada… Esos ojos, esos ojos que bien pudieron valer lo que cien mil otros.
Y no podía dejar de desviar los míos (más tristes de lo normal) a la ventanilla oscura, que de la nada me reflejaba su cara, su mirada de nuevo… Perdida…
Y dormía, a veces dormía, como lo hace el día cuando no tiene ganas de seguir entre nosotros, cuando lo emperezan las nubes, le agachan las estrellas los párpados y se cuelgan de ellos y allí lo iluminan, a su rostro sereno.
Estaba tan bella, y yo tan hipnotizado, que el traqueteo del tren también a mi me adormecía.
Pues sus mechones, como reloj que blande un mago, a sus sueños me atraía… Imaginaba, soñaba, que en sus brazos me dormía. Que tras sus pasos corría.
Y debí vencer entonces los cantos de sirena de sus labios y sus largas piernas… Para escribir, escribir que es lo único que sé hacer. Dejarla claro que era única, y aunque no la conocía ya la había soñado… Tenía que preguntarle si ella lo poseía, si intuía poseer lo mismo que a mi me hace único.
Entonces abrí mi agenda, más vacía de lo normal… Y tuve que afinar agudeza y percepción, maestría e inspiración… Y lo hice, y trace con gesto oscuro lo que en mí evocaba, lo que tenía que de algún modo contarla.
Llené dos páginas, mientras el tren aminoraba la marcha… Entonces la volví a preguntar: ¿Esta es también tu parada?
Su dulce sonrisa, así me lo confirmaba y tras salir del tren no pude más que arrancar las hojas y de nuevo asaltarla: “¿Me aceptarías una cosa?” –Le entregué las páginas-. “Cuando estés en casa, tan solo léelo”.
Así se alejó, sonriendo, con mis letras formando parte de su vida, mis palabras adheridas a su anatomía.
No la volveré a ver, no volveré a saber de ella… Este poeta, no sabrá de sus dolores, ni de sus penas, sus desamores, ni sus tristezas. Pero siempre, cuando esté sola, acudirá a mis palabras, a esas hojas, las del desconocido con el que compartió tren, silencios, letras y la noche de un domingo.

No sé si las tiró en cualquier papelera de la estación. No sé si las estará leyendo. Solo sé que tuve el valor de hacer, de nuevo, algo que no había hecho jamás.
Al final el destino me demostró, que ese día no fue un error.

El Guardián.
Photo by ~Exaltation

No hay comentarios:

Publicar un comentario