Fue una de esas noches de euforia colectiva, cuando algo se
retorció dentro, como cansado de negarse a sí mismo durante todo este tiempo.
No había Estrellas, ni sueños. Las ilusiones desparramadas
por el suelo, los quebradizos pasos de la Muerte que se acercaba... Una muerte
anunciada, por otro lado. Una Muerte que miraba a los ojos tras cada folio en
blanco que desechaba.
¿Sabes de esa angustia de saberte perdedor? Con aliento
suficiente como para seguir luchando, pero perdedor. Huérfano de toda esperanza
de recuperar el don. Como el juguete del niño que demasiado mayor para mirarlo
como una nueva aventura, lo aparta a un lado.
Polvo sobre los hombros, demasiado polvo. Qué digo polvo,
brasas que agarro con las manos. De querer y no poder, me abrasan sólo de
pensarlo. Todo es caos, sin miocardio, todo es culpa, olvido, pérdida. Todo es
nada, pudiendo ser todo. ¡Qué lástima! Qué abandonado está el lugar que un día
fue trono.
Caí en la cuenta cuando ya era dueño de la más absoluta
derrota. Tarde, muy tarde; quizás demasiado... Ahora chirría cada palabra, sin
solución posible. El tiempo se encargó de que así fuera.
Corro por los renglones inconexos de esta carta, sin saber
muy bien lo que persigo. Tal vez expiar mi culpa -qué se yo-. Pero qué necio, plantando
batalla a las musas para capturarlas por la fuerza, y una vez agarradas por el
cuello... No hacer más prisioneros que mi desgracia.
Qué pena, qué lástima, ya sin esperanza, con un fusil y una
bala, salí al campo de batalla loco por morir. Busqué el valor que me faltaba;
más bien el que nunca tuve. Oí chillar la metralla y tres metros más adelante,
sentí cómo mi corazón reventaba.
Nunca más volví a ser un héroe.
El Guardián.
Nunca es tarde para perdonar, para rectificar errores y volver a ser un héroe.
ResponderEliminar