... Que me haces igual a todos,
a los grandes y a los olvidados.
Digno de la mayor gloria,
merecedor de la peor condena.
Traes y llevas mi alma de boca en boca
con tu maraña de luces y sombras;
sudor, esfuerzo y recompensa,
como cuando iluminas una cara
y dibujas una sonrisa,
o constriñes un corazón
y lo amordazas a la silla.
¡Oh gran público! Soberano.
Si sientes que soy digno
de cualquiera de tus aplausos
los tomo con la humildad
del que se deja la vida en el escenario.
Mañana no sé quien seré,
si héroe o villano;
cuan refinada será mi verborrea,
o que venganza deberé librar,
en nombre de quien lucho
o que princesa habré de liberar.
Sintiendo amor por tu olor
de terciopelo y ruda madera
he dedicado mis días
a recitar versos,
a describir poesía;
a interpretar personajes
que tal vez me crucé en otra vida.
He visto ya tantas caras difuminadas
por el resplandor de unos focos que nunca se apagan
que no recuerdo si la tuya reía, o lloraba.
Más no ha de importar
si fue sueño o realidad.
Que si “lo sueños, sueños son”,
ni Calderón querría despertar.
Yo ya hice mi elección,
elegí el sueño de la amistad;
el “uno para todos”
lo aferramos a nuestro credo
como planteamiento, nudo y final.
Y cuando al fin el telón se abra
y todos vean mi estampa
sabrán que más allá del cuerpo
siempre hubo Alma,
la de un niño que quiso jugar a ser de mayor
todos los personajes de su infancia.